Por: Javier Baldeón
Una familia vuelve a su casa. Se la ve
cansada, sucia, hambrienta. El viaje debe de haber sido largo. Cuando todo
parece seguro, se oye un llanto de bebé y aparece un hombre, un intruso: Igual
de sucio, con un rifle en la mano y seguido de una mujer con un pequeño en
brazos. El padre de la familia recién llegada le asegura que habrá alimento
para todos. El otro solo oye una vez, apunta el arma y le arranca la cabeza de
un balazo. Lo que queda de la familia, una mujer y sus dos hijos, huyen entre
sollozos y manchados por la masa sanguinolenta que esparció el disparo. Ninguna
música de fondo, ningún cambio en el encuadre de la cámara o el rostro del
actor, nada hacía prever lo que se avecinaba. La escena solo necesitó dos
planos y un par de minutos para mostrarnos todo ese horror. Y con suma
sequedad, con precisión helada. Cuando acaba, el llanto del niño es el mismo. También
los grillos que cantan afuera. La vida transcurre impasible, indiferente a la
explosión violenta. Ese es Haneke.
Así empieza El tiempo del lobo (2003). Lo que sigue es un recorrido
por un mundo apocalíptico en donde la comida, los refugios y la humanidad
escasean. Nunca sabemos a causa de qué, pero sospechamos que el filme no busca
encontrar esos motivos, solo explorar las consecuencias. En algún momento queda
claro: el egoísmo que viven los protagonistas ya lo vivimos ahora. Lo que nos
falta es la hecatombe que nos muestre esa crudeza, aquello de lo que seriamos
capaces. Esa es la cuota del director.
Todas sus películas son así. Impactan,
cuestionan. Son densas, incómodas. La primera gran característica del cine de
Haneke es esa inmensa vocación por transgredir, por molestar al espectador. Su
cine está cargado de un simbolismo que no teme usar imágenes cáusticas: Benny’s Video (1992) abre con la muerte (real) de un
cerdo; en El séptimo
continente (1989) vemos
fajos de billetes ser arrojados al desagüe; en Funny Games (1997) una familia, que incluye
a un niño, es torturada por un par de psicópatas; en La pianista (2001) vemos a la protagonista,
urgida de sexo, lanzarse sobre su madre y besarla en la boca. Son imágenes
duras pero jamás gratuitas. Ni siquiera tienen que ser vistosas: Haneke también
es capaz de herir a punta de sutileza. La
cinta blanca (2009) es el mejor ejemplo. En
una de las escenas más espeluznantes vemos a un niño que debe besar la mano de
su padre un instante después de que este le propinara una veintena de azotes.
Esa capacidad para concentrar un microcosmos en una historia, para crear una
atmósfera que apuntala y estremece sin ser explícita, eso que es tan inherente
del buen cine y del arte en general, en Haneke alcanza un grado de impronta
personal. La cinta blanca,
en apariencia, cuenta las experiencias de un inocuo profesor que llega a una
comunidad rural alemana de principios de siglo pasado. Lo que vemos en realidad
es una radiografía social, una puntillosa mirada sobre cómo la autoridad y la
moral ejercidas sin límites se marcan en el alma de una niñez que acaba por
encarnar esa violencia. Sabemos que esos niños, que sufren y ejercen un
puritanismo exacerbado, son los mismos que aclamaran al führer un tiempo después. La génesis del
nazismo condensada en una película.
Fotograma de The Benni's video (1992) |
Y esa es otra de las características de su cine. En lo que aparenta solo
ser sórdido, subyace el compromiso: “En realidad en mis filmes hay poca violencia,
ni el 10 por ciento de lo que ves en TV. Lo que pasa es que la violencia allá
no te toca, no la crees. Por ejemplo, Tarantino es especialista en violencia
porque es todo lo que muestra en sus filmes. Pero no lo hace de manera
realista: es entretenida, divertida, te ríes. No juzgo lo que él hace. Es un
maestro en lo suyo, aunque su forma de tratar la violencia no se corresponde a
la manera en la que yo la veo.” Haneke
piensa que si su cine no es capaz de interpelar, no sirve. En Caché (2005) vemos al entrevistador de un
programa literario, un hombre de vida apacible y afincado en la clase
acomodada, derrumbarse cuando una serie de videos anónimos le llegan por
correo. Los videos solo muestran su vida, su casa, su familia, lo que hace a
diario. Pero son el detonante que lo lleva a hurgar en un pasado donde
descubrimos las huellas de un abuso. Si en los años cincuenta el neorrealismo
enfocó las injusticias de las que era víctima la clase trabajadora para
denunciar las miserias del sistema, Haneke invierte la fórmula: muestra la
comodidad de la vida burguesa y las amnesias sobre las que cimienta su confort.
Solo hay que escarbar un poco, piensa Haneke, las marcas de la injusticia
siguen allí, para eso sirve el cine. Y en Caché terminamos enterándonos de un
genocidio (el argelino de 1961) silenciado por casi toda la prensa
internacional. Francia era una de las potencias triunfadoras en la segunda
guerra mundial y su estatus de país estandarte de la democracia era lo
suficientemente importante como para mandar al sótano la muerte de unas 20 mil
personas. Caché explora lo que pasa cuando ese sótano
se abre.
Fotograma de La cinta blanca (2009) |
Pero Haneke no solo filma películas
impactantes y comprometidas. El gran plus es que nadie las hace como él. La
técnica es, de hecho, lo más impresionante en Haneke. Austera, glacial. Los
efectos que promuevan en el espectador una emoción específica, que lo
predisponen a recibir la película en una forma determinada (la música trágica
en la muerte de los protagonistas, la edulcorada en el encuentro de los
amantes) a él le asquean. Odia el efectismo. Haneke solo muestra una realidad:
la aquilata, la desmenuza y luego te la arroja en la cara. Todo lo demás, la
interpretación, las emociones, las preguntas y, por supuesto, las respuestas,
solo le competen al espectador. Es un Carver que filma. Quizá por eso
sorprendió tanto cuando anunció el título de su penúltima película: Amour (2012). Con ella demostró que
esa sensibilidad afilada no solo le servía para mostrar nuestros rincones más
siniestros, sino también para hablar de lo mejor que somos. Su estilo fue el
mismo: vemos sin ambages la decrepitud de la que es víctima una mujer con
Alzehimer y la rigurosa compañía que se impone su marido, un músico jubilado
igual que ella. Lo que transmite esa película solo puede expresarse
experimentándola hasta el final. Pero si uno tiene un pedazo de humanidad, si
su corazón es algo menos árido que la superficie lunar, seguro se conmoverá.
Eso, o saldrá tan estremecido que nunca volverá a ver una película
suya. Lo mismo se podría decir de toda su obra.
¿Pero quién es Michael Haneke? Un
vistazo por Wikipedia nos cuenta que es austriaco, hijo de artistas, nos habla de
los premios que ha recibido, de las polémicas que cada filme suyo despierta; de
que él quiso ser músico de joven, luego actor de teatro y solo al final
director de cine. Y que ahora es el más respetado de Europa. En realidad,
sabemos poco gracias a un hermetismo para el que también tiene explicación: “Rechazo hablar de mí porque
siempre he tratado de borrar unas posibles instrucciones de uso sobre mi obra.
(…) Si las doy, robo al espectador la posibilidad de interpretar. Rechazo por
sistema preguntas que puedan servir para explicar lo que hago. (…) Hay que
mirar la obra y confrontar con ella, no con el creador. Sería idiota. Cuando
leo un libro o veo una película no quiero saber nada del autor. Así permanezco
autárquico”.
No le gusta que lo definan a él, no le
gusta que definan su cine. Un genio antojadizo, como todos. Algo es claro
empero: nadie es el mismo después de presenciar una autopsia y eso es
exactamente lo que hace Haneke en cada película. Un forense que hace cine.
Michael Haneke |
Filmografía
- 1989 Der siebente Kontinent - El séptimo continente.
- 1992 Benny's Video - El vídeo de Benny.
- 1994 71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls] - 71 fragmentos de una cronología al azar.
- 1995 Der Kopf des Mohren - La cabeza de las zanahorias (guion).
- 1997 Funny Games (juegos divertidos).
- 1997 Das Schloß - El castillo.
- 2000 Código desconocido.
- 2001 La pianiste - La pianista. Adaptación de la novela La pianista de la autora austriaca Elfriede Jelinek. Gran Premio del Jurado (Festival de Cannes).
- 2003 El tiempo del lobo.
- 2005 Caché o Escondido. Premio al mejor director en el Festival de Cannes y premio a la mejor película y mejor director de los Premios del Cine Europeo 2005.
- 2007 Funny Games U.S., remake en EE. UU.
- 2009 Das Weiße Band - La cinta blanca. Palma de Oro en el Festival de Cannes. Globo de Oro a la mejor película extranjera.
- 2012 Amor. Óscar a mejor película de habla no inglesa. Palma de Oro en Festival de Cannes. Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa.
- 2017 Happy End.
Sobre el autor
Javier Baldeón Osorio: Científico blando. Lector omnívoro. Rajón incomprendido. Le gusta escribir.
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