Para Alberto Cubas Fue la Seguridad Social inglesa la culpable de mi malsana vocación por los médicos y los hospitales en ge...

Mis hospitales favoritos





Para Alberto Cubas


Fue la Seguridad Social inglesa la culpable de mi malsana vocación por los médicos y los hospitales en general. Toda amenaza de infarto, malaria africana, trombosis o derrame, podía ser conjurada a cualquier hora del día o de la noche, sin gastar un cobre, con sólo trasponer las altas puertas de algún nosocomio londinense. Mágicos recintos en donde me libré de grandes y súbitos males, siempre minutos antes de la aparición del primer síntoma. Eran impecables.
El Saint Mary, de Old Brompton Road, se hallaba a la vuelta de mi casa. Y, claro está, fui su parroquiano más asiduo. Aunque, en verdad, la oferta era variada. Todos los hospitales de Londres tenían sus entradas de emergencia a mi disposición. Algunos eran modernos y otros, más bien, vetustos edificios victorianos. Pero me acostumbré a no hacer distingos. Así, como quien compra cigarrillos, les caía de sorpresa y de manera estrepitosa cada vez que, a mi ver y entender, la insolente Parca me hacía una señal.
Al principio, los galenos se mostraban incrédulos. Tuve que ingeniármelas para ofrecer, dado el caso, algunos malestares convincentes. Con el tiempo me volví un experto. No era cuestión de quejarse, así nomás, sin ton ni son. Yo bien sabía que detrás del esternón irradiaba el dolor del infarto, que la úlcera al duodeno (aunque usted no lo crea) se podía anunciar en el hombro derecho y que un simple hormigueo podía dar inicio a un sólido derrame cerebral. En aquellos días, el olor del ácido muriático y los fríos metales del estetoscopio hicieron parte de mi felicidad.

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Presentamos cinco piezas del primer poemario del escritor Aquiles Bernabel, Orgániqo, publicado en 2018  Te di naco pa la barca ...

Orgániqo (Selección)

Presentamos cinco piezas del primer poemario del escritor Aquiles Bernabel, Orgániqo, publicado en 2018 



Te di naco pa la barca

Nublado el sueño
fallido verso explícito
divagante musa
que pasea por letras
naufragante melodía

columpian las horas como alegrías repuestas
palabras, poemas de amor
lágrimas de honor, barba con estupor
calles en salvación
llamadas con voces que se aíslan en la fachada
como para creer que nunca había oído nada
rodillo viajero, halló su sombra en el pecho preso
la novela sola se leyó de tanto esperar en el estante
falsedades, por no decir los sentimientos más audaces
circunstancias erróneas descritos en los mismos cuentos
aunque desmayen los sueños de vivirlos y creerlos
las rosas no nacidas, los pétalos no caídos
han sido condecorados mártires de nuestros tiempos
amaneció, y siento la noche en mis espaldas
la tibia madrugada entró sin preguntar
y defino mejor estos versos
que son de noche
pensando y creyendo en un posible amor.

***

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Por Gabriel García Márquez A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba...

Botella al mar para el dios de las palabras




Por Gabriel García Márquez



A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: "¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?". Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

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