Por: Joe Sánchez.
Raudo, sorteando baches y curvas cerradas, el bus avanza por la trocha sacudiendo su vieja carrocería.
Raudo, sorteando baches y curvas cerradas, el bus avanza por la trocha sacudiendo su vieja carrocería.
-¿Dónde estamos? -Pregunta una mujer soñolienta.
-Viraco, creo -responde su acompañante.
-Uy… falta todavía…
Es medianoche. Sentado del lado de la ventana observo el interior: todos duermen cubiertos con las mantas que repartieron al dejar la costa. La vas a necesitar, me había advertido Verónica, cuando quise rechazar la frazada. Con cada kilómetro ganamos altura, los vientos helados de la puna hacen del bus una congeladora. Te lo dije, señala Verónica mirando de soslayo cuando me cubro las piernas. Mira su reloj. Faltan dos horas para llegar, deberías intentar dormir. Solo veo sus grandes ojos que brillan en la oscuridad. Es una enfermera que va a cumplir con el Servicio Rural y Marginal de Salud. La conocí en Aplao. Vestía jeans, zapatillas deportivas y una gruesa casaca. ¿No tienes frío? Preguntó al verme en mangas cortas. Ya vas a ver cuando lleguemos a Andahua. Miro hacia el exterior, todo es un misterio, todo pasa de prisa. De repente el bus desacelera y se detiene. El conductor y su ayudante descienden, se ponen de cuclillas y encienden unos candelarios. Las pequeñas lumbres iluminan tenuemente una gruta empotrada en las rocas de la montaña. Los dos hombres hacen un ritual, se persignan y vuelven al bus que espera con el motor encendido. Verónica duerme plácida, yo empiezo a añorar la casaca de plumas que dejé en la mochila.
La plaza de Andahua lucía abandonada, lúgubre. El frío helado y penetrante de la madrugada me hizo hurgar en la mochila, frenético. Ya con chullo, guantes y dos casacas encima entré a la tiendita y pregunté por un hospedaje. Yo le hubiera alistado una cama, joven, pero ahorita tengo que atender las encomiendas. Parada detrás de una vitrina, la amable señora tenía el aspecto de haber pasado una mala noche. Bostezó. Cruzando la plaza hay un hotel, toque la puerta nomás que le abren. Todavía con las piernas que repiqueteaban, cargué la mochila y caminé por la oscura plazoleta cuando el bus continuó su recorrido. Recién al día siguiente me percaté que el hospedaje llevaba el nombre de aquel vasto paraje: Valle de los Volcanes.
Volcanes mellizos Huanacaure, Andahua.
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Aquí en la ciudad a veces malgastamos el agua, somos inconscientes, los que más sufren son nuestros hermanos en las alturas. El taxista que me trasladaba del aeropuerto hacia el terminal terrestre de Arequipa hacía una reflexión. Ya debería estar lloviendo, jefe, pero nada, ya estamos diciembre y nada. Si no llueve las reservas se van secando, luego hay que preparase para lo inminente: la sequía. La señora de la tienda en Andahua también se lamenta. No llueve, joven, qué vamos a hacer pues. Y la helada ha quemado todo el maíz. Ay, diosito, va a haber hambruna. Se cubre el rostro con las manos, preocupada. La sequía y las heladas que arrasan con sembríos son dos eventos climatológicos que los pobladores de la sierra sufren cada vez con más frecuencia. En Andahua, mucho más que en otros pueblos, el agua es un condicionante. La tierra en el valle es de origen volcánico, la campiña está asentada sobre lava y cenizas. Sin agua los pequeños brotes de habas, maíz, papas, ollucos, ocas y pastos, no logran sobrevivir, se queman, afectando la producción para el consumo interno y el intercambio económico con los otros pueblos del valle.
Desde la cima de los volcanes mellizos de Huanacaure conté hasta doce conos volcánicos, unos más altos que otros. A lo lejos la laguna Pumajallo también acusaba la sequía. En el camino hacia las cataratas de Shanquillay me encontré con una familia que trabajaba la tierra. Ya va llegar la lluvia, joven, hay que estar preparados. Fui a parar a un extenso terreno donde vacunos pastaban y rumiaban despreocupados. Cuando llegues a unas pampas tienes que tener cuidado, hay toros bravos, me había advertido Paolo, el hospedero. Quise creer que eran apacibles vacas con sus crías y volví tras mis pasos. Al mediodía, los nimbostratos se arrejuntaron y opacaron el sol, parecía que al fin llegaría la lluvia.
Vista de la laguna Pumajallo con poca agua,
Andahua.
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Por la tarde el cielo tronó a lo lejos y unas ínfimas gotas cayeron sin alertar a los pocos que nos habíamos quedado en el pueblo. En Orcopampa, en cambio, sí llovió y fuerte. Paolo y casi todo el pueblo habían salido muy temprano apostados en un camión con sus trajes típicos, productos de la tierra y potajes del pueblo para participar en la feria regional. Fue un domingo de fiesta. El agua cayó cuando menos se la esperaba. Los pobladores que habían llegado desde todos los rincones del valle brindaron y danzaron en el campo barroso del estadio. Qué importaba terminar mojado y embarrado. La fiesta de confraternidad se convirtió en una de agradecimiento al cielo.
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LA LAGUNA NO SE VENDE, LA LAGUNA SE DEFIENDE. El cartel cuelga de una fachada en la plaza de Ayo. Acaba de amanecer y el sol ya quema con intensidad. La señora de la tienda en Andahua, me había advertido de la desolación de aquella campiña frutícola. Allá no va a encontrar nada, joven, ni caldito siquiera saben preparar. Ay, diosito, se va a morir de hambre usted. Antes de despedirme me alcanzó una bolsa con cancha y habas tostadas. Lleve para el camino, me ofreció.
Casa con el cartel en
defensa de Mamacocha, Ayo.
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Un desierto de rocas volcánicas es por donde transcurre el camino hacia la laguna Mamacocha. Al inicio pareciera que uno caminase por la luna por lo gris predominante en toda la extensión, luego, ya en la parte media de la quebrada, es un rojo desolador que gobierna el entorno con uno que otro cactus asomando entre las piedras marcianas. Camino solo con la compañía de mi sombra, cuando un sujeto a caballo me alcanza raudo. ¿Va a la laguna? Pregunta agarrando su sombrero a manera de saludo. Ya falta poco, grita y se pierde por las lomadas. Cuando alcanzo la parte alta encuentro al caballo amarrado a un poste de madera. Desde allí se tiene una vista panorámica de la laguna, de un azul cristalino intenso, rodeada de carrizos, sauces e higueras. ¿Ya vio a las nutrias? A veces se esconden, tiene que esperar buen rato para verlas, comenta y se vuelve a perder por un polvoriento camino que desciende hasta la ribera del manantial.
Mamacocha Ayo |
Pasé una hora explorando el entorno. Vi patos nadando y zambulléndose, libélulas de distintos y llamativos colores, pejerreyes huidizos, mosquitos y demás insectos atraídos por las higueras. No tuve suerte con las nutrias que debían estar escabulléndose entre los carrizos. Regresé al pueblo cuando el bus se preparaba para salir. La plaza, con su iglesia del siglo XVII, seguía desolada.
De regreso a Andahua pasamos por Chachas. La laguna casi se había secado. Inmensas extensiones del lecho se resquebrajaban ante la inclemencia del sol, pequeñas embarcaciones habían quedado abandonadas en sus orillas, las truchas que alguna vez poblaron sus aguas casi habían desaparecido: un panorama desolador. Se va a volver a llenar cuando empiece a llover, decía un poblador. Pobrecita nuestra laguna, se lamentaba una anciana ataviada con trajes típicos del pueblo. Es el cambio climático, joven, argumentaba una señora de mediana edad que volvía a Arequipa después de visitar a sus padres en Ayo. Esos ingenieros de Laguna Azul no saben nada, de ellos es la culpa, improvisaba un anciano despertando de su estado de ebriedad.
Lecho de la laguna
Chachas.
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Paolo es un tipo campechano, de complexión mediana y rasgos costeños. Su espíritu aventurero lo llevó hasta el Valle de los Volcanes, lugar donde finalmente se sintió en casa. Llevaba viviendo en Andahua cerca de dos años. En ese tiempo, además de fungir como administrador del hotel, se dedicaba a investigar los problemas que aquejaban al valle y los presentaba en un espacio que dirigía en la radio local. Es una afición, casi ni me pagan por eso; comenta mientras engulle el arroz con huevo frito que nos han preparado de cena.
Al regresar de Ayo lo encontré en la puerta del hotel con un balón de futbol en las manos. ¿Juegas? No había manera de refutar la invitación. En la canchita esperaban algunos trabajadores de construcción y chiquillos entusiastas. Todas las tardes nos juntamos a pelotear, contaba. Tres partidos, de diez minutos cada uno, bastaron para dejarme sin aliento. El cielo se tiño de un rojo fuego cuando el sol se ocultó detrás de las montañas. Cayó la noche y todos se despidieron.
Me acaban de confirmar una noticia, dice Paolo después de contestar una llamada. Los representantes de “Laguna Azul” han enviado sobres con dinero a los alcaldes y regidores de Andahua para que voten a favor del proyecto, pero ellos están firmes y van a denunciarlos. Voy a tocar ese tema en mi programa de mañana, afirma contundente. El proyecto “Laguna Azul”, comprendía la construcción de una hidroeléctrica que usaría las aguas de la laguna Mamacocha para generar veinte megavatios de electricidad. El proyecto había dividido a pobladores, amigos y hasta familias. Van a matar nuestra laguna, denunciaban los pobladores de Ayo, ancianos en su mayoría. Sin embargo, eran sus hijos los que abogaban a favor. El proyecto significa un desarrollo para el valle, aducían desde Arequipa, ciudad a la que migraron buscando un mejor bienestar. Se ha creado un frente de defensa, asevera Paolo, Laguna Azul no va. Las cosas se complicaron cuando el Ministerio de Energía y Minas entregó la concesión pasando de las negociaciones y la consulta popular. Tampoco es necesario un Estudio de Impacto Ambiental, al tratarse de un proyecto de poca envergadura. ¿Qué podemos hacer si nuestro gobierno no nos protege?, se pregunta Paolo. La nutria del pacífico, especie en peligro de extinción, tampoco parece importar demasiado. Siempre es lo mismo, nos ofrecen desarrollo y al final seguimos igual o peor. Nos quitan todo, hasta el agua. El pueblo va a luchar hasta el final, concluye Paolo indignado.
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Recostado sobre una de las bancas del terminal terrestre de Orcopampa espero por el amanecer. Mi travesía por el Valle de los Volcanes termina en este pueblo minero. Las calles embarradas, los techos mojados, la gente que se dispone para la jornada laboral y a lo lejos el volcán Sabancaya con su inmensa fumarola de cenizas que se eleva al cielo. El domingo llovió pero ayayay… La señora que vende desayunos recuerda el temporal de hace dos días. ¿Ya fue a Chilcaymarca? Aquicito nomás está. Vaya, el pueblo es bonito. Puede ir a Huancarama también, ahí están los baños termales. El comercio en Orcopampa es la principal actividad. En algún momento los pobladores abandonaron sus chacras y se volcaron al campamento minero a emprender su negocio. Camino a Huancarama grandes extensiones de tierras aptas para el cultivo lucen desoladas. Ya casi nadie siembra por aquí, comenta el taxista. Todo llega de los otros pueblos. La ganadería si persiste. Hay buena producción de fibra de alpaca y productos lácteos. Sírvase un chicharroncito de alpaca, joven, con su chichita más. La mujer ataviada con un traje típico sonríe y atiende con una alegría desbordante.
Camino a
Huancarama, Orcopampa.
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Llegué a Chilcaymarca pasado el mediodía. El pequeño pueblo conserva sus casitas de piedra con techos de paja, inmunes al paso del tiempo. Su plaza es un contraste de historia y progreso. En sus alrededores divergen su iglesia de estilo barroco, edificios hoteleros contemporáneos y una pintoresca plaza de toros. En las corridas no se mata al toro, me cuenta Wendy, licenciada en turismo. Los banderilleros y matadores no son bienvenidos. Ella trabaja para una organización que promueve el turismo en el valle.
El viaje desde Arequipa toma diez horas y la carretera no está en buenas condiciones. A mí me da miedo viajar de día, hay unos abismos vertiginosos. Recordé la detención del bus y el ritual del conductor y su ayudante a medianoche. Es por eso que el valle no es tan concurrido. En Arequipa se promociona solo al Colca y a Cotahuasi. Se olvidan que al pie del Coropuna, entre los dos cañones más profundos del mundo estamos nosotros y tenemos mucho que ofrecer, afirma Wendy. Tienes que regresar en agosto para la fiesta, ya va a llover y todo se va a poner más bonito, ya verás.
Casitas de
Chilcaymarca.
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Arequipa, diciembre de 2016.
El autor: Joe Sanchez (también conocido como Jimmy Poe y con muchos otros nombres en pueblos remotos) se define a sí mismo como un mono que viaja y escribe. No es raro que lo veas con su mochila saltando de montaña en montaña con un racimo de plátanos en la espalda. Puedes seguirlo en su blog de facebook, aquí o en su página de instagram, aquí
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