La primera vez que leí "Los Cachorros" pensé, por el inicio, que el autor se había equivocado. Sí, el autor, o sea, Vargas Llosa. ...

El cachorro y Los cachorros

La primera vez que leí "Los Cachorros" pensé, por el inicio, que el autor se había equivocado. Sí, el autor, o sea, Vargas Llosa. Equivocado. Entiendan: yo era chibolo y cuando eres chibolo lo sabes todo (menos que el resto de tu vida será un largo desengaño). Así que sí, yo, convencido, me decía "esto está mal". ¿Pasar de la primera persona a la tercera en un mismo párrafo? ¿Qué #$%& es esta?

Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas.



Orgulloso de mi clarividencia ¿cómo es que nadie se había dado cuenta?) seguí leyendo. Y, claro, empecé a entender el truco. La historia (la tremenda historia) de Pichula Cuéllar, a quien un perro mordelón le cambió la vida, es contada por muchos narradores que se alternan pero, básicamente, por dos: 1) El clásico sabelotodo que, desde lejos, como un dios, ve todos los ángulos de la historia 2) Un imposible narrador coral, formado por las voces de los cuatro amigos del "chanconcito (pero no sobón)" protagonista, que se van turnando con el omnisciente para contarnos los secretos a voces (y los indecibles), de la historia.


 

Cuenta, Cuéllar, hermanito, qué pasó, ¿le había dolido mucho?, muchísimo, ¿dónde lo había mordido?, ahí pues, y se muñequeó, ¿en la pichulita?, sí, coloradito, y se rió y nos reímos y las señoras desde la ventana adiós, adiós corazón, y a nosotros sólo un momentito más porque Cuéllar todavía no estaba curado y él chist, era un secreto, su viejo no quería, tampoco su vieja, que nadie supiera, mi cholo, mejor no digas nada, para qué, había sido en la pierna nomás, corazón ¿ya?.



El recurso no es un simple capricho. Sirve para armonizar las diferentes maneras en que un mismo hecho puede ser narrado por diferentes testigos en el menor espacio posible (como si fueran los cambios de cámara de una pela durante una escena). Y para decirnos de refilón cómo es la sociedad machista, hipócrita y rajona que rodea a Cuéllar, cuya vida será desde el infausto día, un secreto a voces para todos... pero que, como todos los secretos, debe ser contada en voz baja, a golpe de insinuaciones, mezclando la compasión, el chisme y la malicia, a pesar del afecto de sus amigos. Porque salvo el apodo de Cuéllar, todo es sugerido y casi nada explícito.

...y de repente, chau, se paró: estaba cansado, me voy a dormir. Si se quedaba iba a llorar, decía Mañuco; y Choto estaba que se aguantaba las ganas, y Chingolo si no lloraba le daba una pataleta como la otra vez. Y Lalo: había que ayudarlo, lo decía en serio, le conseguiríamos una hembrita aunque fuera feíta, y se le quitaría el complejo. Sí, sí, lo ayudaríamos, era buena gente, un poco fregado a veces pero en su caso cualquiera, se le comprendía, se le perdonaba, se le extrañaba, se le quería, tomemos a su salud, Pichulita, choquen los vasos, por ti.


Ya desde el segundo párrafo, mi yo de 17 años tuvo plenamente descifrado el código y avanzó sin pausa la lectura, para terminar en una hora, más o menos, golpeado, maravillado. Hoy, cuando el autor cumple 85 años, ese chibolo que fui (ese cachorro que fui), que sigue agradecido pero aún algo avergonzado, me ha encargado recordar esa tarde lejana cuando se dio cuenta, no solo de lo poco que sabía, sino de que tenía que aprender a leer. De nuevo.


Pablo Ignacio Chacón (@pablohistorias)

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