Por Manuel Terrones.  A nadie debe serle familiar el nombre de Roberto Nolasco, escritor pisqueño cuya figura, posible gran prom...

Roberto Nolasco: Un mensaje en una botella

Por Manuel Terrones. 


A nadie debe serle familiar el nombre de Roberto Nolasco, escritor pisqueño cuya figura, posible gran promesa de las letras peruanas, pasó desapercibida debido a su casi nula producción. Casi, digo, porque un hallazgo que realicé hace unos días en el conocido jirón Amazonas del centro de Lima podría salvar a este pensador de su injusta permanencia en el anonimato. Para empezar, me llamó la atención encontrar entre las ofertas de libros de un sol una libreta, escrita con tinta azul y una caligrafía apresurada que revelaba su ansiedad por comunicar. El vendedor, que no supo explicar su procedencia, accedió a regalármelo al ver que llevaría conmigo un par de viejos Anagramas forrados con vinifan y un poemario de César Moro. De vuelta a casa confirmé que las anotaciones llenaban la libreta y que, a pesar de los rápidos trazados, se podía leer con comodidad el contenido, fechado en los primeros meses del año 1953.


Los primeros años de Nolasco son un misterio. Gracias a su diario, sé que nació en Pisco en 1936 y fue el menor de siete hermanos. Debió llegar a Lima en la década del 50 para estudiar Derecho y Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Tuvo que abandonar la carrera tras ser detenido al participar en una marcha en contra del gobierno odriísta. A pesar de abandonar la universidad, Nolasco no se separó del quehacer intelectual, y continuó su preparación silenciosa en su habitación de Barrios Altos, la que alquilaba en un segundo piso. Por lo mencionado en el diario, se sabe que leía montones de libros, adquiridos con el sueldo que obtenía de “trabajos esporádicos cuya mención es inútil”. Fue en esa temporada en la que Nolasco escribiría toda su producción, de la cual sólo queda el diario que pude encontrar. Del resto de ella, posiblemente jamás concluida, entiendo que fue desechada o quemada por el escritor en un arranque de ira, provocado por un hecho determinante de su vida: Nolasco se había enamorado.
En sus diarios, Nolasco habla de una persona en quien había depositado “toda su admiración y esperanza”. No he podido identificar a esta persona, a la que se refiere como V. Algo que me resulta curioso es que Nolasco jamás menciona a V. como él o ella. “V. está más allá del sexo y el género”, dice una de sus anotaciones, “más allá de la simple catalogación con la que nosotros, tristes humanos, intentamos definir aquello que nos resulta incapaz de ser medido y, por tanto, comprendido”. Los acercamientos con V. eran esporádicos, y los diarios mencionan, sobre todo, las ilusiones que Nolasco dejaba crecer en su interior.
Pero los diarios no solo hablan de V. Al estilo de George Orwell o Aldous Huxley, el escritor pisqueño desarrolló en ellos el borrador de un brevísimo compendio de corrientes de pensamiento que, según él, “predominarían en la humanidad en los primeros años del tercer milenio”. Nolasco dice en las primeras páginas de su diario que “el hombre es un animal cuya inteligencia es conducida por la pasión”, dejando entrever en esta frase la razón para su falta de fe en la humanidad. Al mismo tiempo, se permitía con ella una breve introducción a su propia vida, a su amor por V., a su repentino abandono del círculo intelectual limeño.
En un apartado de sus confesiones y delirios amorosos, en la mitad del manuscrito, se encuentra un interesante compendio de hipótesis sobre el destino de la humanidad. A diferencia de sus colegas norteamericanos, Nolasco no plantea el dominio absoluto de una facción o gobierno, sino una serie de comportamientos sociales en los que empezarían a destacar el uso de la tecnología, la incomprensión y el retorno de ideas arcaicas. En los diferentes escenarios, prima en Nolasco cierto pesimismo. Sin embargo, la nota introductoria a la seguidilla de hipótesis aparece como un haz de esperanza: “Escribo estas breves divagaciones sobre el futuro del mundo movido, quizás, por el afán de evitar que se cumplan. Sea esta mi ignorada lucha: la de soñar futuros perfectamente posibles para que las generaciones posteriores no los sufran en el mundo que les toque vivir.”
Me permito dejar aquí las hipótesis. Juzgue el lector si nos encontramos viviendo alguna de ellas: 


Multiverdad

¿Podrá lo falso imponerse a lo verdadero? Nuestra humana condición de mentirosos podría, en un futuro no lejano, alterar el mundo que conocemos. Pequeñas intromisiones de lo irreal, de lo incierto, nos harán creer, por ejemplo, que vivimos engañados en este mundo. Como si viviéramos encerrados en una burbuja...
Lo anotaré desde otra perspectiva:
Lo que sucederá en realidad será que se nos inocularán pequeñas dosis de verdad. Esto con el afán de cambiar la gran mentira que hemos vivido desde la Antigüedad y que Platón anunciaba en su célebre “Mito de la caverna”. Como consecuencia, todo será puesto en duda, y nadie podrá ir, siquiera, a lavarse los dientes cada noche sin preguntarse si acaso el reflejo que ven al otro lado del espejo del baño no es su verdadero yo.

Dependencia fotográfica

Actualmente, las cámaras fotográficas son escasas y las usamos en contadas ocasiones: un cumpleaños, un matrimonio o la graduación de alguien cercano. Procedemos de este modo porque es siempre difícil revelar fotografías y la conservación del papel exige determinados cuidados. Pero, ¿qué ocurriría si en el futuro dispusiéramos de estos dispositivos con una capacidad ilimitada de almacenamiento? De manera similar a un cerebro, podría implantarse en estos aparatos una suerte de memoria, que permitiría hacer un uso más frecuente de las cámaras o el aparato que se use en el futuro para fotografiar (o incluso filmar) la vida humana.
Y si eso ocurriera, ¿no tenderíamos, como los antiguos nobles en las pinturas, a retratarnos hasta sentirnos hermosos, potentes y satisfechos? ¿Y si se banalizara el arte fotográfico al punto de hacernos dependientes de él, de grabarnos como los seres en apariencia perfectos que no somos? Quizás el uso recurrente de la fotografía, en apariencia inofensivo, decantará en narcisismo. La gente del tercer milenio podría querer captar hasta el instante más absurdo, como el acto de comer o, quizás, dormir. Me viene a la mente un futuro en el que las cámaras nos sean insertadas como prótesis al nacer, fotografiando o filmando cada segundo de nuestras vidas para recordarnos todo, hasta la muerte.

Paranoia ante una guerra no declarada

La constante tensión entre las potencias vencedoras de la última Guerra Mundial podría derivar en el futuro en un estado constante de alerta. Aunque la amenaza podría ya no existir, no faltarán rumores infundados para mover los hilos del temor. Una humanidad amenazada por la nada podría ser el resultado. Un temor a lo que no existe pero se cree que hay.

Paranoia por los avances tecnológicos

La creación secreta de la bomba atómica lleva a una pregunta: ¿qué otras tecnologías de destrucción se nos oculta? Quizás en el futuro no habrán nuevas armas —la bomba es, a mi parecer, la cumbre de la perversidad—, pero nuevamente el temor nos hará creer que algo se nos oculta. Armas imaginarias de todo tipo, que tendrán poder sobre los hombres y las fuerzas de la naturaleza, poblarán los bestiarios tecnológicos del tercer milenio.

Segregación positiva

Triste será el día en que la gente feliz intente ser mayoría en el mundo. Primero, porque cuidarán su felicidad como un tesoro indigno de compartirse. Segundo, porque los no-felices serán excluidos, considerados como malos elementos para el polo de un imán que solo tendrá un lado, el positivo y, por tanto, sólo podrá repeler. Por último, los no-felices serán ocultados, deportados, perseguidos. Y a nadie le importará.
Quizás la felicidad se confunda con la indiferencia.

Adanismo

Alguna secta protestante, basándose en el capítulo 3 del Génesis, no tardará en condenar a quienes se avergüencen de su desnudez. Quienes opten por el bautizo en dicha secta, tendrán que despojarse de sus ropas para siempre y andarán desnudos por el resto de sus vidas. No faltarán adeptos a esta secta. “En un mundo de implícita esclavitud”, pensarán, “viene bien algo de libertad.” Aunque ellos mismos serán esclavos de sus propias creencias cuando terminen declarando la primera cruzada a los impíos que usen vestimenta.

Econocristianismo

La economía, ese valle de lágrimas, encontrará a su redentor. Mejor dicho, dejará de ocultar a su redentor, el dinero, quien ocupará, ya sin vergüenza, su lugar de dios en el abultado panteón de la humanidad. Las principales bolsas de valores del mundo se declararán como catedrales donde el Dinero, que quizás ya no sea tangible, se moverá con libre albedrío. Para quienes sepan administrarlo, las bendiciones en el Reino Monetario les serán múltiples. Para los otros, en cambio, no habrá más que llanto y rechinar de dientes.
Y el Dinero se hará carne, y habitará entre nosotros.

Nostalgia de la semana pasada

Debido al avance galopante de la tecnología, que nos permitió pasar de la carreta a los aviones en apenas cincuenta años, quizás llegue a creerse que el tiempo transcurre demasiado rápido para ser percibido. Interesantes momentos de la vida pasarán sin ser sentidos y serán asimilados días después, sintiéndose la nostalgia de un pasado reciente y, probablemente, terrible. Alguien llegará a sentir nostalgia de todos los jueves. Algún otro, de los momentos que pasa en su oficina. Otros, quizás, anhelarán cada hora que muera, mirando los cambios en las agujas de sus relojes con pena infinita.

Humanos protéticos

¿Y si nos fusionáramos con los aparatos que usamos? Cada parte nuestra podrá transmitir, filmar, fotografiar, realizar cálculos inmediatos, levantar objetos pesados y percibir sonidos inimaginables. No nos enfermaremos, no sentiremos dolor, no tendremos ninguna debilidad, no lloraremos. En pocas palabras, ya no seremos nosotros.

Los diarios de Nolasco no contienen otra producción más que estas breves hipótesis sobre el futuro. Por lo que se dice en anotaciones posteriores, pensaba crear más de ellas y reunirlas todas en una publicación que llevaría por título Cien hipótesis para el próximo milenio. Pero una noche, rechazado por V., llegó ebrio a su habitación para ponerle fin a su aventura literaria. En desesperación absoluta, pergeñó una nota en la última página de su diario y lo arrojó a la calle, mientras gritaba, según cuentan los vecinos más antiguos del lugar, que nada de lo que se aprende sirve jamás. Desde entonces, su paradero es desconocido. Tal vez se cambió de nombre y se marchó de Lima, de vuelta a su natal Pisco. Algún contemporáneo suyo sugerirá que se arrojó junto a su manuscrito desde la ventana de su cuarto y jamás volvió del hospital al que lo llevaron. Sólo la última nota de su diario, escrita a modo de despedida, nos brinda una luz acerca de la intención de Nolasco:
“Mi pasión me ha vencido y me es imposible continuar. Todo esfuerzo es inútil. ¿De qué me serviría conocerlo todo, escribirlo todo, sentirlo todo, si no tengo tu amor? Escribir sin ti sería como construir una casa para que nadie la habitara: un monumento eterno e inútil como las pirámides. Hoy desaparece de la faz del mundo cualquiera de mis obras que, aunque dedicadas a ti, jamás leerás. Solo salvaré las páginas de este diario, que me dispongo a arrojar a la calle, y que serán, en mi desesperación, el mensaje en la botella de un hombre atrapado en la isla de la soledad.”



Sobre el autor

Manuel Terrones. Mono invisible. Lo que calla, lo escribe.

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