por Luis Cruzalegui. Me veo regresando al pueblo en donde crecí en aquellas primeras vacaciones de mis años en la universidad para per...

Bryce y yo

por Luis Cruzalegui.
Me veo regresando al pueblo en donde crecí en aquellas primeras vacaciones de mis años en la universidad para perderme y olvidarme de todo: De ir a nadar al río, de salir con los amigos, de jugar fulbito y de esas páginas fotocopiadas de El huerto de mi amada, la primera novela de Bryce que leí.  Tenía 17 años. Nunca había leído tanto como en aquellos días. Luego, perdido mi libro pirata y habiendo comprado una nueva edición que sacó El Comercio, encontré la primera edición en la FIL, con la foto en blanco y negro de aquel muchacho flaco y medio despistado en la carátula, la que había leído en mis vacaciones, pero no eran hojas fotocopiadas ni estaban mal compaginadas: 23 soles pagué. Cuando llegué a mi casa, quise hojear  sólo las primeras páginas, pero no pude parar hasta terminarla… Años antes, recuerdo haberle leído algunas partes de esa novela a una ex enamorada. Y una vez, mientras navegaba en internet, encontré un blog de música que me enganchó. El perfil de quien lo administraba mencionaba El huerto de mi amada como uno de sus favoritos. Quise pensar que la administradora debía ser una chica, y  conocerla… Así es mi relación con Bryce y sus libros. Cada uno tiene un momento que recuerdo claramente.


En otras vacaciones, de regreso  al pueblo para ver a mi familia, visité la biblioteca del colegio en donde había estudiado. Tenían los dos tomos de La vida exagerada de Martín Romaña. Pregunté si me podía llevar prestado el primero y me dijeron que no. Regresé a casa y le pedí a mi papá, que hasta el día de hoy es profesor ahí, que los sacara a su nombre. Lo devoré. Me veo ahí sentado frente al televisor apagado, leyendo hoja tras hoja, deteniéndome por momentos, sintiéndome tan identificado y riéndome solo frente al libro, atrás del mostrador de madera en la tienda de mi madre y ella sentada en la puerta, tejiendo y diciendo: “¿de qué pue te ríes tanto, hijito?”, mientras me bañaba con sus ojos y con su sonrisa… En el stand de Peisa de otra feria del libro vendían una edición que siempre me ha parecido horrorosa y que no hace honor a la novela, así que seguí buscando hasta encontrar la misma edición de tapa dura que yo había leído años antes. Cuando llegué al cuarto en donde vivía, lo primero que hice fue quitar la sobrecubierta del primer tomo y solo conservé la del segundo porque así fue como los leí la primera vez y porque pensé que así podría recordar mejor aquel verano en el pueblo, la ayuda de mi papá, la sonrisa de mi madre, el cuello de Octavia de Cádiz y el amor de Martín Romaña.

Recién al siguiente año me choqué con Julius y las lágrimas por el chibolo huevón y tierno. Me recuerdo lleno de vergüenza y de rabia cuando el narrador habla de una de las mujeres que ayudaba en esa casa: Era de Cajamarca, pero decía, y esto lo recuerdo claramente, que la habían contratado porque en Cajamarca estaban las mejores empleadas del Perú. Cerré el libro, lo detesté y lo abandoné en la mesita al costado de mi cama. Pero me veo volver a él al siguiente día y encontrar a Julius en medio de la techada de una casa viendo a varios hombres sucios tomar cerveza de un mismo vaso y lanzar los restos de espuma contra la tierra y la sorpresa del niño que yo no entendía porque eso para mí era tan normal. ..No estoy seguro si la escena realmente sucede así en el libro, o tal vez el tiempo la haya transformado en eso que acabo de escribir. De lo que sí estoy seguro es que también lloré en esa parte del libro. Me sigo preguntando cómo pudo hacer eso en mí aquella historia y hasta ahora no he podido encontrar una respuesta. El año pasado me regalaron la misma novela pero en su edición de compactos de Anagrama, y quise volver a leerlo pero aún no lo termino esta vez 

Podría hablar de mnuchos otros. Decir que Doce cartas a dos amigos no fue lo que esperé; que Permiso para sentir me gustó el doble que Permiso para vivir (creo que desde el título); que La amigdalitis de Tarzán la dejé a la mitad la primera vez; que Reo de nocturnidad no me dejó dormir dos noches; que Huerto Cerrado tiene probablemente dos de mis cuentos favoritos de la literatura peruana; que su cuento "El hombre, el cinema y el tranvía" es el engranaje perfecto a la adultez de Manolo; y que sí, sus últimos libros ya no los disfruté tanto y algunos ni los compré: El tema de sus plagios me dolió mucho. Es curioso cómo uno puede querer tanto a un autor. Y que su frase esa de la patria y los amigos es hermosa y que eso de que él escribe para que lo quieran más me parece lo más honesto que he podido leer sobre por qué escribe uno y es y, probablemente, por lo cual estoy escribiendo esto. Y podría decir también que Pedro Balbuena, o San Pedro Balbuena, es el personaje de sus novelas que más he disfrutado.

¿Por qué Pedro?, tampoco lo sé. O tal vez sí pero no quiero decirlo aquí ... Lo que diré es que Tantas veces Pedro es el libro de Bryce que más veces he comprado y leído. El primero lo marqué de muchísimos colores, y en un arranque de fe y de locura, a lo Pedro Balbuena, se lo regalé a una amiga a la que quiero mucho. Pero me gustaba tanto que luego tuve que comprarme otro ejemplar. Cuando lo conseguí, me tomé un selfie con la portada tapando mi rostro y la subí a mi muro. Un día, no sé exactamente por qué, lo llevaba en mi mochila mientras salía de mi casa rumbo al paradero para ir a Chancay, pues ahí trabajaba; cuando llegué a la esquina, una moto se detuvo y el hombre que venía atrás bajó para asaltarme. Corrí en dirección contraria queriendo escapar mientras el hombre me decía párate conchatumadre o te quemo. No paré. Corrí rápido y mientras lo hacía me quité la mochila y se la arrojé esperando que así deje de seguirme. Ahí lo perdí de nuevo. Años después quise escribir una obra de teatro. El primer borrador aún está ahí, esperando por muchas revisiones. La clásica historia: chico conoce chica, y cuando la chica se va, él le pide que escoja algo que quiera llevarse. El problema es que ella no quiere llevar nada, no se atreve. Entonces él saca de su biblioteca un ejemplar de Tantas veces Pedro y se lo regala… unos meses antes de escribir ese borrador, yo había conocido a una chica con la sonrisa más linda de toda mi vid en un bar. Al siguiente día estábamos chateando como locos, hablando de nalgadas, de postres, de canciones, de su voz, y cómo no, de libros… unos días después estaba esperándola en un centro comercial, molesto y con el Tantas veces Pedro en la mano. La esperé cuarenta minutos (!40¡)… Se lo había ofrecido, un poco por mi gusto por la novela, otro poco como excusa para vernos… Desde aquel día ese libro es suyo. Dos meses después, la chica con la sonrisa más linda de toda mi vida aceptó ser mi enamorada. 




Luis Cruzalegui escribe en Loqueleo (Clic aquí)

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